jueves, enero 17, 2008

Metarquetipo

Como los santones de la Isla de Pascua, los antepasados vigilan nuestros movimientos con sus ojos vacíos. Cualquier rumbo los tiene como referencia, ya sea que nos acerquemos o que nos alejemos de ellos. Forma, color, altura, peso son comparables con los suyos y la gramática, por audaz que devenga es variación de su diccionario. En vano se destruyen o se reemplazan con réplicas: pasado e imagen del pasado son la misma cosa. El futuro, entretanto, se dibuja y se desdibuja en el horizonte como la silueta de Usofía; a ratos claro, a ratos impreciso e incierto. Basta con invertir el flujo del tiempo para percibir en lo que aún no nace la misma intemporalidad de los arquetipos iniciales, porque es el rumbo ulterior el que da sentido a aquello que se sitúa en el origen y los arquetipos no son más que semillas que sólo en el árbol adulto adquieren significado. Situada en el presente, la visión es la del trabajo de cada día, que no puede sino desmontar una imagen para ir haciendo con los mismos elementos la figura siguiente. La metáfora es siempre insuficiente porque el tiempo se presenta con máscara de infinito. Detrás de esa máscara… Los aventureros han de cuidarse del canto de las sirenas y también de su silencio, porque su melodía es la única fuente de música en la travesía. Y sin música, el viaje carece de sentido, ya que el viaje no es otra cosa que un canto. La música vive en el tiempo y desenmascara al tiempo sin palabras, porque tiempo y razón son dos fases de la misma ausencia de ser, que no conoce otro rumbo que el del ser más cada día.La palabra de la razón se hace musical en la medida en que la música encuentra su letra: allí el sentimiento descubre su sentido más allá de si mismo. Metarquetipo.