domingo, octubre 16, 2011

EGRÉGOR *

"Tropezando con mi rostro
  distinto de cada día"
Federico García Lorca

Al conjunto de las certezas que nos producen seguridad y nos privan de la libertad las llamaremos Egrégor.

La palabra es de etimología complicada y confusa: la utilizaré en su acepción mas sencilla: Imagen del Mundo.
La imagen del mundo es la más grande de las imágenes que podemos concebir, por lo que a veces la concebimos sin saberlo y en la mayor parte de los casos la compartimos sin conocerla. Los grupos humanos comparten imágenes del mundo que vienen a ser como un idioma invisible a través del cual se comunican de maneras no verbales. La imagen del mundo y el idioma no son lo mismo, pero muchas veces se entrecruzan o se superponen o se confunden. O las tres cosas y muchas más: interactúan.
Pero aisladamente , el egrégor contiene al idioma, le da significado. Y da significado e identidad al grupo de los que se comunican a través de él. Las nacionalidades son egrégores, como también las profesiones y las clases sociales y las religiones y las sectas.
Lo que llamamos mundo es en realidad una imagen del mundo, un egrégor. Por eso lo llamamos mundo. No es que no exista independientemente de la imagen que tenemos de él; existe. La prueba es que permanentemente la imagen cambia, se adapta a aquello que se propone reflejar y que nunca refleja completamente.
Un río es un egrégor del río: nunca nos bañamos dos veces en el mismo. Pero lo mismo puede decirse de una calle, de lo que llamamos gente, de lo que llamamos día, tarde , noche...siempre son distintos, pero seguimos llamándolos de la misma manera porque los egrégores son identidades con la realidad que por imposibles terminan identificándose consigo mismas.
Si observamos bien veremos como nuestros semejantes cambian permanentemente y cómo las personas que nos parecían de una manera devienen otras, se  tornan “irreconocibles”. Por simple inferencia debiéramos pensar que lo mismo nos ocurre a cada uno de nosotros, pero estamos acostumbrados a decirnos y a creernos que somos los mismos hoy que ayer. Si la costumbre es una segunda naturaleza, nuestra identidad es en realidad una segunda identidad independiente de la realidad, porque en realidad cambiamos continuamente: basta con ver un álbum de fotos o recordar palabras que dijimos o escribimos en épocas pasadas. Somos otros que los que pensamos ser. Y cuando otros nos lo apuntan decidimos que son los otros los que han cambiado.

Cada uno de nosotros es un egrégor. El refrán “Cada cabeza es un mundo” debería darnos qué pensar. Porque “mundo” es algo que sólo ocurre dentro de nuestras cabezas. La realidad cambia en torno nuestro en permanencia pero nuestras cabezas procesan la información a su manera para compensar  los cambios y adaptarlos a la idea que tenemos de las cosas, pocas veces ocurre al revés. Cambiamos de idea cuando ya no hay más remedio. Y nuestra mente se la arregla para hacernos creer que lo que hoy pensamos es lo que hemos pensado siempre. Para compensar , otra vez, y reforzar nuestra imagen de identidad.

Yo soy así y siempre he sido así. Por lo tanto seré así siempre: el futuro no es más que una prolongación del pasado a través del presente.

La única manera de salir del egrégor y “ver” la realidad es la comunicación. No la del tipo habitual, que es un egregor de comunicación, un simple intercambio de signos con valor predeterminado que se cruzan de manera automática e irreflexiva y que no contienen nada real. Comunicarse es abrir las rendijas que dejan las costuras descosidas del egrégor para que entre la luz. Eso es lo que se llama des-cubrir. Cuando se dice que alguien hizo luz sobre un asunto se piensa equivocadamente que se acercó al tema con una linterna. No tenemos luz propia: lo único que podemos hacer para ver es abrir las ventanas.
Y las primeras que conviene abrir son las propias. Para poder dar hay que aprender a recibir. Hay que ver y escuchar a los otros, sentirlos, des-cubrirlos.
Todas estas cosas estan resumidas en una palabra que podría ser la única: amar.
Pero la palabra es un egregor de la palabra. Amar es una acción. La acción (no tiene que ser una acción física) es la única instancia del ser que descubre al ser. El pensamiento, la percepción y el sentimiento son instancias que asumen al ser por lo que el ser es y por consiguiente conectan con lo que ya no es .

Porque la cuarta cara de la moneda es el tiempo. El tiempo, del que Einstein decía que es “una ilusión, por persistente que parezca”, es el conjunto de manifestaciones y percepciones sucesivos de  una moneda y de cualquier otro ser.

Nuestra cultura, obsesionada con las reglas, los reglamentos y las regulaciones, se ha propuesto regularizar el tiempo. Si ya regularizar cosas y pensamientos es tarea ardua pero inútil, como ya hemos visto, regularizar una ilusión solo sirve para convertir la ilusión en regla de todos los comportamientos.
El tiempo es tan irregular como la realidad. ¿Cuánto tiempo toma enamorarse? Son otra vez los objetos, esos tiranos de la llamada “objetividad” los que marcan la pauta de nuestras vidas, porque el tiempo en nuestra cultura es tiempo de las cosas y no de las personas.
Es fácil entender lo que es un día, una mañana...el tiempo de la gesatción o de la cosecha son la duración más o menos estable de procesos naturales con los que los individuales están en sintonía: dormir, comer, llegar de un lugar a otro. Es fácil entender las estaciones, las etapas de la vida. Lo que no es fácil de entender ni existe en ninguna parte es eso que llaman las 8:23. Es una convención irritantemente artificial impuesta por necesidades relacionadas con la producción y el trabajo. ¿Producción de qué? De objetos, de cosas, obviamente. Porque una idea, un poema, una composición, no están sometidos al tiempo de los cronómetros. No podemos decir cuántas obras de arte se pueden producir en un mes o en un año, como no podemos decir cuántas veces tendremos ganas de darle un beso a la persona que amamos. Lo individual, nuevamente, pasa a segundo plano y adquiere un tinte de irrealidad...”es meramente subjetivo”. Y es la ilusión de esa entelequia llamada las 8:23 del 13 de septiembre lo que se apodera del primer plano y se proclama” real”. Basta con conocer los husos horarios para saber que tal hora en un lugar es otra cosa en otro, pero los argumentos son inútiles:” la realidad es la realidad.”

Y la cordura (viene de cuerda, como la de los relojes. ¿O será de la de la horca?) consiste en estar conciente y adaptarse a esa realidad.

El tiempo es la norma que contiene todas las normas. Es la medida abstracta e inhumana con que se calcula todo , la referencia general de la regularidad imposible convertida en ley universal.  Nuestro tiempo se hace pasar por El Tiempo, imposible imaginar otro. Pero este tiempo de los relojes es un tiempo particular, arbitrario, ajeno al hombre, a la naturaleza y a la evolución. Su ecuación básica lo delata: Time is money. No es al tiempo como variable universal del continuo materia-energía al que se refieren los horarios de trabajo, es a la constante de la productividad y el lucro
.
No pierdas el tiempo, no dicen, como si el tiempo se pudiera acumular, como si pudiéramos hacer con él algo que el tiempo no termine borrando después.

Esclavizados por ese fantasma desde temprana edad, el hombre y la mujer adultos son víctimas de la tiranía de los relojes. No es casual que los lleven en la muñeca, como el distintivo de los esclavos.

De a cuerdo al tiempo abstracto que consumamos para realizar algo, ese algo será clasificado como “normal” o “anormal”, como aceptable o inaceptable, como exitoso o fracasado. Leonardo tardó doce años en concluir su Gioconda y Schubert, como muchos otros artistas, consumió su vida sin jamás terminar su “Sinfonía Inconclusa”. Con la vara invisible del tiempo quieren juzgar la validez de nuestros conocimientos, nuestras creaciones, nuestros placeres y nuestros amores. Hasta hace muy poco un matrimonio que no durara hasta el día de la muerte de los consortes era un fracaso o un pecado. ¿Cuánto debe durar el amor de pareja?  ¿Y cuánto debe durar la vida? Es más exitoso el que muere a los noventa y cinco sin haber hecho nunca nada útil o bello que Mozart, que se despidió de este mundo a los 35?

Somos raros.

En nuestro afán de objetividad terminamos considerando a los demás y a nosotros mismo con los mismos parámetros que consideramos a los objetos.
Analizamos nuestra vida como quien observa un diagrama de flujo: Altos y bajos como los de la bolsa de valores sirven para identificar y nombrar lo que llamamos felicidad e infelicidad, alegría o tristeza. Nos hemos vuelto cosas. Y cuando la poca humanidad que nos resta latente se manifiesta somos inmediatamente tachados de locos, excéntricos o sinvergüenzas.

Pero el tiempo pasa, es lo único que saber hacer, porque todo cambia permanentemente. 
Y la norma de esta época que se cree la norma de todas las épocas se va gastando: la realidad la supera y la deja atrás.

“Come gather round people wherever you roam
And admit that the waters around you have grown
And accept it that soon you'll be drenched to the bone
If your time to you is worth saving
Then you'd better start swimming or you'll sink like a stone
For the times, they are a changing”


Bob Dylan

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